Camila Espinoza

La vida a veces se comporta de formas extrañas, actúa de maneras impensadas e inimaginables… a un punto en que no sé si es cruel o simplemente escapa de la idea de moral, equidad o justicia que manejamos los seres humanos.

Bajo esta idea puedo decir que el tránsito por el dolor es algo tortuoso o solitario, y creo que mi paso por él es de los momentos más destructivos que he vivido en mi corta existencia. Pero es también la que más oportunidades me ha dado, irónico lo sé. Soy consciente de lo loco y descabellado que suena que un dolor desgarrador sea quien me abriera las puertas a muchas oportunidades, pero no me malentiendan; que yo hable de que me abrió puertas no niega el hecho de lo terrible y condenable de la situación. Mi sufrimiento no se lo deseo a nadie…

Cuando digo “abrió puertas” hablo de lo que sentí, y de cómo este mismo sentir me permitió conectar con otras personas a pesar de la naturaleza de la situación… Jamás en mi vida me sentí más acompañada que cuando conocí gente que vivió experiencias similares y compartí con ellas este dolor desgarrador y espeso que arrastra la existencia hasta un punto muerto. Mucho menos había sentido tamaña comprensión y jamás recibí tanta contención como cuando compartí mi dolor con otras personas capaces de entenderlo, porque lamentablemente vivieron situaciones similares, y no solo eso, sino que, sus experiencias calmaron mi corazón por “tener puntos en común” con mi propio tránsito por el dolor. Ese sentimiento “esto no sólo me pasa a mí”, que me hacía sentir culpable y me llevaba a un cuestionamiento eterno, y por consiguiente a una actitud castigadora conmigo misma.

Esta conexión la sentí dentro de la dinámica de grupos en “La María”, creo que estaré agradecida por cada momento y por cada persona que conocí por este medio. La experiencia fue una de las más agradables que he tenido… Que rico es llegar a un sitio, que no es un espacio físico, sino más bien es un lugar cálido que se construye en el momento, con cada aporte, con la constancia, con la apertura de nuestros corazones y con la certeza de que tomamos la decisión correcta al compartir nuestra agonía y desvestir nuestros corazones.

Y no solo eso, no se relega nada más a un “conversar” lo que vivimos. Las actividades organizadas permiten una introspección poderosa y crítica de nuestra persona, indagamos en lo que sentimos, en por qué lo sentimos, en cómo se manifiesta nuestro sentir, cómo lo manejamos, qué hacemos con ello y hasta dónde nos ha llevado cada decisión que hemos tomado respecto a las cuestiones antes planteadas. El dolor es destructivo, es verdad, pero la compañía y la contención son las herramientas capaces de generar maravillas a partir de un desastre.

Mirando hacia atrás, me pregunto a qué le tenía tanto miedo esa Camila que se cuestionaba la posibilidad de compartir con los demás lo que significaba su dolor, me pregunto a qué le temía y por qué no estaba dispuesta, también el por qué titubeaba tanto al tomar una decisión sobre si participar o no… Porque si me miro hoy, en el momento en que escribo esto, tomaría la misma decisión sin titubear, sin cuestionamientos.

Creo que definitivamente no soy la misma persona que accedió a participar hace unos meses. No me veo de la misma manera, no me siento igual… Es increíble el cómo puede la conexión con personas, en un estado similar al tuyo, transformarte hasta el punto en que no eres capaz de reconocerte (de manera positiva, no me malentiendan). Y lo agradezco enormemente, las acciones de cada persona dentro de esta dinámica, cambiaron mi mundo… Quizás para esas personas no es mucho, pero para mí significa tanto pero tanto que no tengo palabras para expresarlo.

Esta transformación no lo creo algo malo, tampoco como algo invasivo, más bien es como la semilla que espera por florecer. Y por supuesto, el florecimiento sólo llega de la mano de la comprensión y contención dentro de los círculos de confianza que generamos, en este caso, gracias a instancias resignificativas. La semilla no es capaz de salir al mundo cuando este se ve como algo hostil y peligroso.

Existir y mantenerse en este plano implica un desgaste, es como una inversión. Más aun cuando se vive con dolor, pero el dolor no es algo determinante cuando se vive en compañía, mucho menos los es cuando se comparte. Y compartir el dolor tiene un efecto aún mayor cuando se trata de compartirlo con personas que aceptan y entienden el dolor, porque más que comentarlo, más que escucharlo… Se siente y se vive y se acepta vivir con ese dolor que se ve ajeno pero que también es muy propio. Quizás y sólo divago en este punto.

La compañía es reparadora, el vivir momentos cruciales como lo es una resignificación en compañía de personitas con las que existe la confianza implícita, es maravilloso. El sintonizar el mismo canal, vibrar en la misma frecuencia, sentir similar nos acerca más de lo que creemos, porque eso es algo que quizás no seremos capaces de recibir fuera de este tipo de vínculo y esta sensación es algo que nadie debería dejar pasar.

Siento que en este punto las palabras no son suficientes, que a pesar de todo son muchas cosas las que debo arreglar, que 12 sesiones no son suficientes para mí (quizás y hablo desde el cariño más que desde la necesidad como tal) y que durante unos meses los jueves fueron mejores que los viernes, me encontré muchas veces a mí misma llegando rápido a la casa, con una sonrisa boba pensando en que finalmente era el día en que nos veíamos, porque aunque las actividades muchas veces se sintieron difíciles, el espacio en el que se dieron fue lo suficientemente cálido como para pasar eso por alto y participar con gusto en las diferentes dinámicas grupales.

Por último, solo me queda decir gracias. Por escuchar, por los consejos, por el tiempo, por la compañía, la comprensión, por la empatía y por cada sobadita en la espalda en momentos de aflicción. Gracias por el espacio, por la instancia porque a partir de ella fuimos capaces de generar un lugar cálido, a base de cada granito de cariño que aportamos. Un pequeño paraíso.

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